Diciembre...
A medida que se acercaba su llegada me fui poniendo rara. El año pasado no quería que llegara el fin de año, esta vez me da lo mismo. Ya cuando empecé a ver los adornos de navidad y esas cosas, me cargó. Más bien desde el 1 de noviembre, día de ir al cementerio a ver a los muertos, me empezó la sensación rara.

Tradicionalmente armábamos el árbol el primer día del mes, hoy ya casi a mediados, no tengo ningún interés. Y ahí está todo guardado. Lo armaré cuando tenga ganas, supongo.
Mi papá empezó a dejarnos el 24… así que nuestra navidad y obviamente el año nuevo no fueron para nada felices. Y estoy convencida que pasará un tiempo antes que me reconcilie con la fecha, que pueda sentir que son momentos agradables otra vez.
Se suma a ello que mi mamá no anda bien. Y yo debo estar ahí para sostenerla. Y eso desgasta. Por lo mismo he andado media sensible, sumado a ciertos asuntillos que me persiguen.
Este ha sido un año difícil. Me tocó tan rarísimo. Tuvo cosas buenas, claro. Pero ha sido definitivamente el año más cargado de emociones que he tenido; el duelo, el acostumbrarse a la ausencia, el amor, una relación a la distancia, el miedo a la enfermedad, pánico más bien, el abandono, el sentirme desechable… pero también ha tenido sus recompensas al final. Y eso ha sido lo mejor. Hermosas y gratas compensaciones que me hacen sentir bien, que puedo ser de verdad importante para alguien.

Supongo que todas estas eran situaciones que tenía que vivir y me hicieron crecer tanto que espero que esta tranquilidad siga acompañándome y dándome esa paz definitiva que busco. Lo mejor de todo es que ante las situaciones difíciles, me vi como la mujer que soy y cómo soy capaz de levantarme ante las caídas que siguen viniendo. Algunas veces me tropiezo sola, otras me empujan... pero siempre siempre, me levanto. Al menos eso me confirma que se puede y que me paro con más power que antes... Supongo, entonces, que una vez que pasen las fiestas estaré mejor, sólida otra vez.